Había una vez una hiena que hablaba mucho.
Se paseaba por la sabana burlándose de todos los demás animales, incluso del propio Rey, el León.
Un día su esposa, la Leona, le preguntó,
“¿Por qué dejas que esa estúpida hiena se burle así de ti? Tú eres el rey. Haz algo con él”.
Pero él simplemente respondió,
“Déjalo estar. No hace daño a nadie. De verdad, no te preocupes”.
Sin embargo, la Leona sintió que debía darle una lección a esa hiena, así que comenzó a perseguirla.
La persecución duró kilómetros y finalmente la hiena la llevó hasta un tronco de árbol caído y hueco y lo atravesó.
La leona trató de seguirla pero se quedó atascada enseguida.
La hiena se colocó detrás de ella y se salió con la suya.
Una vez que se marchó, ella salió del tronco y comenzó a caminar hacia su casa, avergonzada.
Encontró a su marido esperándola.
Le preguntó: “¿Dónde has estado? Han pasado horas…”
La Leona contestó: “Oh, no en ningún sitio importante, sólo dando un paseo, no te preocupes”.
Suspiró fuertemente y dijo,
“Has perseguido a la hiena hasta el tronco del árbol hueco, ¿no es así?”