Un anciano acude a una dentista para que le extraiga una muela.
Ella saca una gran jeringuilla para ponerle una inyección de anestesia.
“¡Ni hablar, nada de agujas! Odio las agujas”, exclama el hombre.
Entonces ella empieza a conectar el tanque de óxido de nitrógeno, y el hombre dice,
“Yo tampoco puedo hacer lo del gas. Sólo pensar en tener una máscara en la cara me asfixia”.
El dentista le pregunta entonces al paciente si tiene algún inconveniente en tomar una pastilla.
“No”, dice, “me parecen bien las pastillas”.
Así que la dentista le da dos pastillitas azules y él se las traga.
“¿Qué son?”, pregunta.
“Pastillas”, contesta ella tranquilamente.
“Que me aspen”, dice el hombre,
“No sabía que la pastilla funcionara como analgésico”.
“No lo hace”, dice la sabia señora,
“Pero te dará algo a lo que agarrarte cuando te saque la muela”.