Hace un par de semanas estuve en la sala VIP del aeropuerto de camino a Seattle.
Mientras estaba allí, vi a Bill Gates sentado cómodamente en una esquina, disfrutando de una bebida.
Había quedado con una clienta muy importante que también volaba a Seattle, pero se estaba retrasando un poco.
Como soy un tipo directo, me acerqué al ex presidente de Microsoft, me presenté y le dije: “Sr. Gates, me pregunto si podría hacerme un favor”.
“¿Sí?”, preguntó.
“Estoy sentado allí”, señalando mi asiento en la barra, continué,… “Y estoy esperando a un cliente muy importante. ¿Serías tan amable cuando llegue de pasar por aquí y decir simplemente,… ‘Hola Tom’?”
“Claro”, aceptó Bill, con una sonrisa amable.
Le estreché la mano, le di las gracias y volví a mi asiento.
Unos diez minutos después, apareció mi cliente. Pedimos una bebida y empezamos a hablar de negocios.
Un par de minutos después, sentí un toque en mi hombro. Era Bill Gates. “Hola, Tom”, dijo.
Yo le contesté,
“Cállate Bill, estoy en una reunión”.