Érase una vez un hombre cuya mujer sufrió un grave accidente que le provocó importantes deformidades faciales.
Desesperado por ayudarla, el hombre consultó a un médico que le propuso un injerto de piel para reconstruirle la cara, pero tenía que ser la suave y tierna piel de un “trasero”.
Sin embargo, debido a la gravedad de sus heridas, no había suficiente piel intacta de su propio cuerpo.
Sin dudarlo, el hombre se ofreció voluntario para donar su propia piel para el injerto, aunque ello supusiera soportar una dolorosa recuperación.
Tras meses de curación, la mujer se acercó a su marido con gratitud, dándose cuenta de que nunca le había agradecido debidamente su sacrificio desinteresado.
Le preguntó: “¿Cómo podré agradecerte lo suficiente que hayas soportado todo ese dolor para ayudarme?”.
Tomando sus manos entre las suyas, el marido respondió con una sonrisa pícara: “Amor mío, tu gratitud es más que suficiente.
Además, mi heroísmo me lo recuerdas cada día cuando tu madre te da un beso en la mejilla”.