Estaba sentada en la sala de espera para mi primera cita con un nuevo dentista.
Me fijé en su título de SDN en la pared, donde figuraba su nombre completo.
De repente, recordé que un chico alto, guapo y moreno con el mismo nombre había estado en mi clase del instituto hace unos 25 años.
¿Podría ser el mismo chico del que me había enamorado en secreto por aquel entonces?
Sin embargo, al verlo, descarté rápidamente esa idea.
Este hombre calvo y canoso con la cara profundamente delineada era demasiado viejo para haber sido mi compañero de clase.
Después de que me examinara la dentadura, le pregunté si había asistido al instituto de San Javier.
“Sí, sí, lo hice”, dijo con orgullo.
“¿Cuándo te graduaste?” le pregunté.
Respondió: “En 1987. ¿Por qué lo preguntas?”
“¡Estabas en mi clase!” exclamé.
Me miró detenidamente.
Entonces, ese viejo y feo idiota de cara arrugada y pelo canoso preguntó,
“¿Qué asignatura enseñabas?”