Un neoyorquino y su mujer están esperando en la parada del autobús con sus nueve hijos.
Un ciego se une a ellos al cabo de unos minutos.
Cuando llega el autobús, lo encuentran sobrecargado y sólo caben la mujer y los 9 niños.
Al enterarse del apuro, el ciego deja que los niños suban en su lugar.
La mujer le pide a su marido que lleve a los más pequeños en el cochecito de bebé y vuelva a casa andando.
Dado que el ciego ha sido un caballero y ha dejado que la familia suba en lugar de él, el neoyorquino decide que dará un rodeo y acompañará al ciego a casa.
Mientras el autobús se aleja, los dos hombres comienzan a caminar mientras el bebé duerme.
Al cabo de un rato, el bebé se despierta al oír el golpe del bastón del ciego contra la acera y se pone a llorar.
El padre, ya irritado por haber perdido el autobús, se frustró aún más.
Dijo: “¿Por qué no pones un trozo de goma en el extremo de tu bastón? Ese sonido me está volviendo loco”.
El ciego le contestó,
“¡Si hubieras puesto goma en la punta de TU bastón, estaríamos viajando en el autobús!”