Érase una vez una mujer rubia decidida que se cansó de los estereotipos que rodean a las rubias y su supuesta falta de inteligencia, así que decidió demostrar a su marido que las rubias sí pueden ser inteligentes.
Un día, mientras su marido estaba fuera trabajando, decidió encargarse de la tarea de pintar un par de habitaciones de su casa.
Deseosa de demostrar su inteligencia, se puso manos a la obra justo después de que su marido se fuera a trabajar.
Tras un largo día de pintura, su marido regresó a casa e inmediatamente percibió el olor a pintura fresca.
Picado por la curiosidad, entró en el salón y encontró a su mujer tumbada en el suelo, empapada en sudor.
Para su sorpresa, llevaba una chaqueta de esquí y un abrigo de piel a la vez.
Preocupado, se acercó corriendo y le preguntó si estaba bien.
Ella le asegura que está bien y él le pregunta qué está haciendo.
Con una sonrisa orgullosa, le explicó que quería demostrar que no todas las mujeres rubias son tontas, y que pensaba hacerlo pintando toda la casa ella misma.
Perplejo, le preguntó el motivo de su peculiar atuendo: la chaqueta de esquí sobre el abrigo de piel.
Ella respondió: “Bueno, al leer las instrucciones del bote de pintura, decía que para obtener los mejores resultados había que aplicar dos capas”.