Érase una vez dos tortolitos, Max y Molly, que estaban locamente enamorados. Decidieron casarse y estaban entusiasmados con su brillante futuro juntos. Sin embargo, había un giro peculiar en su historia: La traviesa hermana pequeña de Molly.
Era una veinteañera alborotadora a la que le encantaba llevar ropa escandalosa, como minifaldas ajustadas y blusas escotadas. Siempre que estaba cerca de Max, jugueteaba con él agachándose y enseñando sus escasas bragas. Todo era por diversión, o eso creían…
Un día, la hermana pequeña de Molly llamó a Max para que le ayudara con las invitaciones de boda. Cuando Max llegó, se encontró a solas con la hermana de Molly. En voz baja, la hermana menor le confesó que había desarrollado sentimientos por Max y que no podía resistirse a compartir sus deseos.
Atónito y sin palabras, Max no podía creer lo que estaba oyendo. La traviesa hermana sugirió entonces que si Max quería tener una cita secreta antes de casarse, todo lo que tenía que hacer era subir al dormitorio.
Conmocionado, Max vio cómo la hermana menor subía las escaleras y, para su sorpresa, le arrojó las bragas desde arriba. Esta era una verdadera prueba de la lealtad y el compromiso de Max.
Sin dudarlo, Max salió de su aturdimiento y se dirigió hacia la puerta principal. No sabía que el padre de Molly le esperaba fuera con lágrimas en los ojos. Con una mezcla de alivio y alegría, abrazó calurosamente a Max, dándose cuenta de que había superado con éxito su poco convencional prueba familiar.
Entre lágrimas de alegría, el padre de Molly dijo: “No podíamos haber pedido un compañero mejor para nuestra hija. Bienvenida a la familia”.
Y así, la moraleja de esta hilarante historia es:
Guarda siempre los condones en el coche.