Tres científicos se reúnen en un pub y, tras unas cuantas rondas, el candente tema de debate pasa a determinar la disciplina de la ingeniería de Dios.
El primer científico, un campeón de la física, declara alegremente: “Dios debe ser un ingeniero estructural. No hay más que ver con qué destreza ha creado el cuerpo humano: nuestros huesos nos sostienen como pilares y nuestros músculos funcionan como poleas. El ingenio estructural es más que fantástico”.
El segundo científico, ferviente aficionado a la electrónica, replica: “En absoluto. Dios tiene que ser un ingeniero electrónico. Si no, ¿cómo podría explicar la compleja red de neuronas, los circuitos de nuestros corazones, la electricidad que recorre nuestros cuerpos? Todo es un laberinto eléctrico, amigo mío”.
El tercer científico, un ferviente ingeniero medioambiental, sonríe maliciosamente a sus dos amigos y les dice: “Estáis muy equivocados. Sólo un ingeniero medioambiental construye un parque infantil al lado de un vertedero”.