Un grupo de hombres se embarcó en un aventurero viaje en moto.
Sin embargo, había un problema: los ronquidos de Mick eran legendarios y nadie quería compartir habitación con él. Decidieron que lo justo era turnarse para soportar su sinfonía de ronquidos durante todo el viaje.
El primero se apuntó al grupo y se acostó con Mick.
A la mañana siguiente, llegó al desayuno con los pelos de punta y los ojos inyectados en sangre.
Preocupados, los demás exclamaron: “¿Qué te ha pasado? Parece que hayas pasado por un tornado”.
Él respondió: “¡Oh, los ronquidos de Mick eran como una tormenta! No podía dormir, así que me quedé sentado toda la noche, viéndole dar una serenata al mundo”.
La noche siguiente, le tocó a otra alma desafortunada compartir habitación con Mick.
Cuando salió para desayunar, parecía un desastre: el pelo revuelto y los ojos inyectados en sangre.
Sus amigos no pudieron evitar preguntarle: “¿Qué demonios te ha pasado? ¿Has sobrevivido a un huracán?”.
Él respondió con un gemido: “¡No os lo vais a creer! Los ronquidos de Mick hacían vibrar los cimientos de la habitación. No pude pegar ojo, así que acabé siendo espectador de su concierto nocturno”.
Ahora le tocaba a Bill enfrentarse a la sinfonía de ronquidos. Era un motero rudo y curtido, un auténtico hombre de hombres.
A la mañana siguiente, apareció en el desayuno con una sonrisa brillante y un brillo en los ojos.
Los demás no daban crédito a lo que veían.
Curiosos, le espetaron: “Bill, ¿qué te ha pasado? Parece que hayas dormido como nunca”.
Bill se rió y contestó: “Bueno, cuando llegó la hora de acostarse, me hice cargo. Arropé a Mick, le di una palmadita amistosa en el trasero y le planté un beso de buenas noches en la frente”.
Los amigos se quedaron boquiabiertos.
Bill guiñó un ojo y añadió: “A partir de ese momento, Mick se asustó tanto que se quedó despierto mirándome toda la noche”.