Érase una vez una persona de Alabama que decidió pedir ayuda a un psiquiatra debido a sus hábitos con la bebida. Se acomodaron en el acogedor sofá de la consulta del psiquiatra, y el médico les preguntó amablemente: “¿Podría compartir conmigo la razón de su forma de beber?”.
Respirando hondo, la persona respondió: “¡Por supuesto! Se lo explicaré. Todo empezó cuando tomé la decisión de casarme, y quizá no fue la mejor elección. Me enamoré de una viuda que tenía una hija mayor. Esa hija pronto se convirtió en mi hijastra”.
Continuando con la historia, añadieron: “Luego, para hacer las cosas más interesantes, mi propio padre vino a visitarnos. Sorprendentemente, se enamoró perdidamente de mi hijastra y acabaron casándose, convirtiendo a mi hijastra en mi madrastra. Para complicar aún más las cosas, mi mujer y yo tuvimos un hijo. Naturalmente, se convirtió en el hermano de mi madrastra, ya que ella es la hija de la nueva esposa de mi padre. Así que mi hijastra, que ahora es mi madrastra, se convirtió en tía de mi hijo. ¿Me sigues?”.
El psiquiatra asintió, intrigado por la intrincada dinámica familiar, y la persona continuó diciendo: “Pero espere, ¡hay más! Como mi nuevo hijo es hermano de mi madrastra, también es mi tío. Además, mi mujer es mi madrastra y mi abuelastra, porque es la madre de mi madrastra. Y, por supuesto, ¡no olvidemos que mi madrastra también es mi hijastra!”.
Los ojos del psiquiatra se abrieron de par en par, comprendiendo la alucinante situación, y finalmente respondió: “Ah, ahora entiendo por qué recurres a la bebida. Bueno, en ese caso, no te diré que lo dejes. Salud”.