Una señora va un día a su párroco y le dice: “Padre, tengo un problema
Tengo dos loros hembras pero sólo saben decir una cosa”.
“¿Qué dicen?”, inquirió el cura.
“Dicen: ‘Hola, somos prostitutas
¿Quieres divertirte?”, dijo avergonzada la mujer.
“¡Eso es obsceno!”, exclamó el sacerdote, “ya veo por qué te avergüenzas”.
Pensó un minuto y luego dijo: “Sabes, puede que tenga una solución a este problema.
Tengo dos loros machos a los que he enseñado a rezar y a leer la Biblia.
Traiga sus dos loros a mi casa y los pondremos en la jaula con Francis y Job.
Mis loros pueden enseñar a tus loros a alabar y adorar.
Estoy seguro de que sus loros dejarán de decir esa… esa frase en poco tiempo”.
“Gracias”, respondió la señora, “esto puede ser perfectamente la solución”.
Al día siguiente, llevó a sus loros hembra a la casa del sacerdote.
Cuando éste la hizo pasar, ella vio que sus dos loros machos estaban dentro de su jaula, sosteniendo las cuentas del rosario y rezando.
Impresionada, se acercó y colocó sus loros con ellos.
Al cabo de un par de segundos, los loros hembra exclamaron al unísono: “Hola, somos prostitutas
¿Queréis divertiros un poco?”. Se produjo un silencio aturdidor.
Finalmente, un loro macho miró al otro loro macho y dijo: “¡Guarda las cuentas, Francis, nuestras oraciones han sido escuchadas!”