Un irlandés entra en un bar de Dublín.
Pide tres pintas de Guinness y se sienta en el fondo del local, bebiendo un sorbo de cada una de ellas.
Cuando las termina, vuelve a la barra y pide otras tres.
El camarero se acerca y le dice: “Sabe, una pinta se acaba después de sacarla, y sabría mejor si comprara de una en una”.
El irlandés responde: “Bueno, verá, tengo dos hermanos. Uno está en América, el otro en Australia, y yo en Dublín”.
“Cuando nos fuimos todos de casa, prometimos que beberíamos así para recordar los días que bebimos juntos”.
“Así que bebo uno por cada uno de mis hermanos y uno por mí mismo”.
El camarero admite que se trata de una bonita costumbre y lo deja ahí.
El irlandés se convierte en un habitual del bar, y siempre bebe de la misma manera: Pide tres pintas y se las bebe por turnos.
Un día llega y pide dos pintas.
Todos los demás clientes habituales se dan cuenta y se callan.
Cuando vuelve a la barra para la segunda ronda, el camarero le dice,
“No quiero entrometerme en su dolor, pero quería darle el pésame por su pérdida”.
El irlandés parece desconcertado por un momento, pero luego se le ilumina la cara y se ríe.
“Oh, no, todo el mundo está bien”, explica,…
“Es sólo que mi mujer nos hizo ingresar en esa iglesia baptista y tuve que dejar de beber”.
“Pero no me ha afectado a los hermanos”.